Jesucristo, el Hijo de
Dios, en los días de su carne expulsó a muchos demonios (o espíritus malignos)
de los cuerpos de los poseídos liberándolos, y realizó sanidades, milagros,
señales y prodigios en gran número; tantos fueron sus milagros que Juan, el
discípulo a quien amaba Jesús, al final del Evangelio escrito por él, dice: “Y
hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales si se escribieran una
por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de
escribir” (Juan 21:25). Esto significa, por lo tanto, que las cosas que hizo
Jesús en la Biblia son sólo una pequeña parte de las cosas que había hecho.
Jesús reprendía a los
demonios con autoridad y ellos salían de los cuerpos de aquellos que los
tenían; Él los reprendía por la ayuda del Espíritu de Dios que estaba en Él,
como dijo un día a los que le acusaban de echar fuera demonios por el príncipe
de los demonios, es decir Satanás (Mateo 12:22-32). Cuando los demonios le
veían se arrojaban al suelo y comenzaban a gritar: “Déjanos; ¿qué tienes con
nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido para destruirnos? Yo te conozco quién
eres, el Santo de Dios” (Lucas 4:34), y cuando Él les reprendía salían y
gritaban diciendo: “Tú eres el Hijo de Dios” (Lucas 4:41), pero Jesús los
reprendía y no los dejaba hablar porque sabían que Él era el Cristo de Dios.
Jesús liberó a los
poseídos ciegos y mudos, y también poseídos sordos, cuya ceguera, sordera y
mudez eran causadas por los espíritus malignos (Véase Mateo 12:22; Marcos
9:25); como también liberó a endemoniados que veían, escuchaban y hablaban. Los
demonios fueron obligados a salir antes del poder de Dios que estaba con
Jesucristo.
Jesucristo, además de
liberar los poseídos del dominio de los demonios, sanó tantos enfermos que
sufrían de diversas enfermedades. Un pasaje del Evangelio escrito por Mateo
dice: “Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y
predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en
el pueblo.Y se difundió su fama por toda Siria; y le trajeron todos los que
tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los
endemoniados, lunáticos y paralíticos; y los sanó.” (Mateo 4:23-24). Algunas de
las numerosas sanidades realizadas por Él fueron las siguientes: la sanación de
un leproso (Mateo 8:1-4), la sanación de los diez leprosos en una sóla vez (Lucas
17:11-19); la sanación del siervo del centurión romano que estaba paralítico (Mateo
8:5-13); la sanación de la suegra de Pedro con fiebre, (Mateo 8:14-15; Lucas
4:38-39); la sanación de una mujer enferma de flujo de sangre desde hacía doce
años (Marcos 5:25-34); la sanación de un ciego de nacimiento (Juan 9:1-38) y otros
dos hombres ciegos (Mateo 9:27-31); la sanación de un hombre que tenía la mano
seca (Mateo 12:9-14); la sanación de una mujer que andaba encorvada (Lucas
13:10-17); la sanación de un hombre con hidropesía (Lucas 14:1-6); la sanación
de un paralítico desde treinta y ocho años (Juan 5:1-9) y la sanación de otro
paralítico que fue llevado a Él por cuatro personas que a causa de la multitud
que estaba alrededor de Jesús abrieron el techo de la casa y lo bajaron delante
de Él (Marcos 2:1-12); la sanación de un sordomudo de la Decápolis (Marcos
7:32-37). Todas las sanaciones Jesús las realizó porque “el poder del Señor
estaba con él para sanar” (Lucas 5:17).
Jesucristo hizo muchos
milagros, como cuando alimentó con cinco panes y dos peces una multitud de
aproximadamente cinco mil personas sin contar las mujeres y los niños (Mateo
14:15-21); o cuando alimentó con siete panes y unos pocos pececillos una
multitud de cuatro mil personas sin contar las mujeres y los niños (Mateo
15:32-39). O como cuando resucitó a los muertos, como en el caso de la hija de
Jairo (Marcos 5:35-43); en el caso de Lázaro quien había estado muerto por
cuatro días (Juan 11:1-46), y en el caso del hijo de la viuda de Naín que fue
resucitado mientras lo llevaban a enterrar (Lucas 7:11-17).
Jesucristo también hizo
el milagro de caminar sobre las aguas del Mar de Galilea (Mateo 14:24-33), El
milagro de calmar una tormenta con la palabra (Mateo 8:23-27); y el milagro de
secar a una higuera maldiciendola (Mateo 21:18-22).
En verdad Jesucristo
cumplió grandes cosas, como dijo Pedro, Dios aprobó a su siervo Jesús entre los
Judios por los milagros, señales y prodigios que Dios había hecho por medio de
Él (Hechos 2:22).
Señales y prodigios
En la Biblia están
documentadas manifestaciones del poder de Dios que son llamadas señales y prodigios.
Son milagros obrados por Dios a través de sus siervos. He ahí algunos de estos
portentos.
Moisés, después de que Dios le dio la orden de ir a Egipto para liberar a su pueblo y la autoridad para obrar prodigios, obró tales prodigios en Egipto. Los primeros prodigios fueron los de la serpiente y la mano leprosa que obró delante de los ancianos de Israel (en realidad fue Aarón a obrarlos). Moisés fue capaz de obrar estos milagros por virtud del hecho que Dios le había dicho que los obrase cuando le había aparecido; aquí el hecho. “Entonces Moisés respondió diciendo: He aquí que ellos no me creerán, ni oirán mi voz; porque dirán: No te ha aparecido Jehová. Y Jehová dijo: ¿Qué es eso que tienes en tu mano? Y él respondió: Una vara. El le dijo: Echala en tierra. Y él la echó en tierra, y se hizo una culebra; y Moisés huía de ella. Entonces dijo Jehová a Moisés: Extiende tu mano, y tómala por la cola. Y él extendió su mano, y la tomó, y se volvió vara en su mano. Por esto creerán que se te ha aparecido Jehová, el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob. Le dijo además Jehová: Mete ahora tu mano en tu seno. Y él metió la mano en su seno; y cuando la sacó, he aquí que su mano estaba leprosa como la nieve. Y dijo: Vuelve a meter tu mano en tu seno. Y él volvió a meter su mano en su seno; y al sacarla de nuevo del seno, he aquí que se había vuelto como la otra carne. Si aconteciere que no te creyeren ni obedecieren a la voz de la primera señal, creerán a la voz de la postrera. Y si aún no creyeren a estas dos señales, ni oyeren tu voz, tomarás de las aguas del río y las derramarás en tierra; y se cambiarán aquellas aguas que tomarás del río y se harán sangre en la tierra” (Éxodo 4:1-9).
Los siguientes fueron los prodigios de la vara que se convirtió en serpiente que él y Aarón obraron antes de Faraón, como está escrito: “Y Jehová habló a Moisés y Aarón , diciendo: “Habló Jehová a Moisés y a Aarón, diciendo: Si Faraón os respondiere diciendo: Mostrad milagro; dirás a Aarón: Toma tu vara, y échala delante de Faraón, para que se haga culebra. Vinieron, pues, Moisés y Aarón a Faraón, e hicieron como Jehová lo había mandado. Y echó Aarón su vara delante de Faraón y de sus siervos, y se hizo culebra. Entonces llamó también Faraón sabios y hechiceros, e hicieron también lo mismo los hechiceros de Egipto con sus encantamientos; pues echó cada uno su vara, las cuales se volvieron culebras; mas la vara de Aarón devoró las varas de ellos” (Éxodo 7:8-12).
Y entonces todas las plagas que Dios envió a los egipcios, como está escrito en los Salmos: “Envió a su siervo Moisés, y a Aarón, al cual escogió. Puso en ellos las palabras de sus señales, y sus prodigios en la tierra de Cam. Envió tinieblas que lo oscurecieron todo; no fueron rebeldes a su palabra. Volvió sus aguas en sangre, y mató sus peces. Su tierra produjo ranas hasta en las cámaras de sus reyes. Habló, y vinieron enjambres de moscas, y piojos en todos sus términos. Les dio granizo por lluvia, y llamas de fuego en su tierra. Destrozó sus viñas y sus higueras, y quebró los árboles de su territorio. Habló, y vinieron langostas, y pulgón sin número; y comieron toda la hierba de su país, y devoraron el fruto de su tierra. Hirió de muerte a todos los primogénitos en su tierra, las primicias de toda su fuerza” (Salmo 105:26-36). Ellos fueron seguidos de todas estas señales y maravillas obradas por Dios a través de Moisés en el desierto; la división del Mar Rojo, la roca que hizo brotar el agua, etc. En virtud de todas estas maravillas hechas por Moisés se dijo: “Nadie como él en todas las señales y prodigios que Jehová le envió a hacer en tierra de Egipto, a Faraón y a todos sus siervos y a toda su tierra, y en el gran poder y en los hechos grandiosos y terribles que Moisés hizo a la vista de todo Israel” (Deuteronomio 34:11-12).
En la época del rey Jeroboam, un hombre de Dios vino de Judá a Bethel y obró un milagro delante del rey: “He aquí que un varón de Dios por palabra de Jehová vino de Judá a Bet-el; y estando Jeroboam junto al altar para quemar incienso, aquél clamó contra el altar por palabra de Jehová y dijo: Altar, altar, así ha dicho Jehová: He aquí que a la casa de David nacerá un hijo llamado Josías, el cual sacrificará sobre ti a los sacerdotes de los lugares altos que queman sobre ti incienso, y sobre ti quemarán huesos de hombres. Y aquel mismo día dio una señal, diciendo: Esta es la señal de que Jehová ha hablado: he aquí que el altar se quebrará, y la ceniza que sobre él está se derramará. Cuando el rey Jeroboam oyó la palabra del varón de Dios, que había clamado contra el altar de Bet-el, extendiendo su mano desde el altar, dijo: ¡Prendedle! Mas la mano que había extendido contra él, se le secó, y no la pudo enderezar. Y el altar se rompió, y se derramó la ceniza del altar, conforme a la señal que el varón de Dios había dado por palabra de Jehová. Entonces respondiendo el rey, dijo al varón de Dios: Te pido que ruegues ante la presencia de Jehová tu Dios, y ores por mí, para que mi mano me sea restaurada. Y el varón de Dios oró a Jehová, y la mano del rey se le restauró, y quedó como era antes” (1 Reyes 13:1-6).
Tenemos la evidencia en
el hecho de que Jesús, en el cual Dios obró a través de Él con señales y
prodigios entre los Judios (Hechos 2:22), resucitó a los muertos, mandó a una higuera
que se secase, multiplicó los panes y los peces, y caminó sobre el agua.