EL QUE
QUIERA HACER LA VOLUNTAD DE DIOS
CONOCERÁ
SI LA DOCTRINA ES DE DIOS
La historia de la iglesia concluye con una referencia a las muchas sectas y denominaciones religiosas, cuya existencia caracteriza el día presente. Debido a esto, puede que surja en la mente de algún lector interesado una sensación de aturdimiento, y un deseo de saber qué pasos debiera tomar. Es con el fin de indicar aquella luz o guía que el mismo Dios pueda haber dado proféticamente en las Sagradas Escrituras acerca de esta cuestión que se da esta sección adicional. A la luz de las propias palabras del Señor, «el que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios» (Jn 7:17), podemos tener la certeza de que Dios nunca dejará que un indagador sincero quede en la incertidumbre acerca de la verdad y de la luz que en todo momento debiera gobernar cualquier postura. Al apelar a la Palabra de Dios, se supone que el lector acepta inequívocamente su inspiración y autoridad, y que está dispuesto a permitir que la palabra tenga su pleno efecto sobre la conciencia, y que luego controle las acciones. En el espíritu de una indagación dependiente y seria, podemos entonces preguntar: «¿Qué dice la Escritura?»
En
primer lugar, no se nos deja con ninguna duda acerca de que por negras que sean
las tinieblas de los últimos días, lo que es de Dios permanece, y que nunca
queda sujeto a fracaso ni deterioro alguno. Al registrar la triste ruina de la
iglesia y el desmoronamiento de lo público, es de suma importancia reconocer
esto. Las normas divinas son invariantes, y el Espíritu Santo de Dios
(mencionado por el Señor como «el Espíritu de verdad,» Jn 15:26) está aquí para
mantener todo lo que es de Dios, hasta la venida del Señor y la consumación de
la historia de la iglesia sobre la tierra.
Pablo,
Juan, Pedro y Judas se refieren todos a las condiciones de los últimos días, y
todos, a su manera, se aferran a la luz sin sombras de la verdad divina frente
a las tinieblas de la apostasía. Pedro, por ejemplo, en el segundo capítulo de
su segunda epístola, describe el tiempo de apostasía con las palabras más
solemnes, y sin embargo, en aquel mismo capítulo se refiere a «el camino de la
verdad» (v. 2), «el camino recto» (v. 15), y «el camino de la justicia» (v.
21), como para destacar el hecho de que hay un camino incluso en medio de tales
condiciones. Luego Pablo, en su segunda epístola a Timoteo, se refiere a los
últimos y peligrosos días, pero da al mismo tiempo esta palabra: «Pero el
fundamento de Dios está firme» y «Conoce el Señor a los que son suyos» (2 Ti
2:19).
Ahora
bien, estas palabras del Apóstol Pablo, que deben traer consuelo al corazón de
cada uno que ame al Señor Jesús, van de inmediato seguidas por esta palabra a
la conciencia: «Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de
Cristo». La cristiandad profesante es asemejada, en este pasaje, a «una casa
grande», en la que hay vasos para honra y para deshonra, y si alguno quiere ser
útil para el Maestro, este pasaje enseña que ello sólo puede ser purificándose
a sí mismo, separándose de los vasos para deshonra. ¿Qué es entonces lo que se
quiere decir por «apartarse de iniquidad» y por «separarse de vasos para
deshonra»?
Está
claro por pasajes de la Escritura como Lv 5:15 que la iniquidad en «las cosas
santas del Señor» es tan solemne como la violación de los principios morales
entre los hombres, y es lo primero cuyo verdadero carácter se tiene que
discernir antes que se pueda obtener un entendimiento correcto de la iniquidad
como Dios lo tiene o que uno pueda formarse un juicio acerca de ella. Cuando el
Señor es presentado en Apocalipsis en Su gloria judicial, se dice de Sus ojos
que son «como llama de fuego». Es así que Él observa lo que está aconteciendo
en la iglesia, y siete veces repite: «Yo conozco tus obras». Necesitamos
siempre tener esto presente si hemos de ser preservados de caer en el error de
juzgar en base de las degradadas normas del hombre caído.
La
intrusión de la mano del hombre en las cosas santas de Dios, con toda su
extendida implicación en el cristianismo profesante, ha sido con justicia
designada como iniquidad, y el llamamiento ahora es: «Salid de en medio de
ellos, y apartaos, dice el Señor» (2 Co 6:17). En palabras de J. N. Darby,
«Dios está obrando en medio del mal para producir una unidad de la que Él sea
el centro y manantial, y que reconozca de manera dependiente Su autoridad. Él
no lo hace todavía por medio de la eliminación judicial de los malvados: él no
puede unirse con los malos ni tener una unión que los sirva. ¿Cómo puede ser,
entonces, esta unión? Él separa del mal a los llamados: «Salid de en medio de
ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré».
Ésta es la manera en que Dios reúne. Por cuanto existe el mal, no puede haber
una unión de la que el Dios santo sea el centro y el poder, excepto por medio
de separarse del mal. La separación es el primer elemento de la unidad y de la
unión. ... Separarse del mal es la consecuencia necesaria de la presencia del
Espíritu de Dios bajo todas las circunstancias en cuanto a la conducta y la
comunión».
De esta
manera, J. N. Darby (discerniendo claramente el gran apartamiento del
cristianismo profesante de la verdad y reconociendo humildemente su parte de
responsabilidad), reconoció que la Escritura proveía una puerta abierta por la
que escapar a las cosas que son a la vez inconsecuentes con la verdad y con la
comunión a la que él era llamado como creyente. Por ello, se separó totalmente
de todos los sistemas caracterizados por un orden humano o por un oficio
clerical, o en los que se reconociera un vínculo sectario, y sus razones para
ello están expuestas en los siguientes extractos de uno de sus escritos.
Contienen ellos uno de los más solemnes alegatos contra el cristianismo
profesante que jamás haya sido escrito, y merecen el cuidadoso estudio en
oración por parte de todos los que se sienten ejercitados acerca del actual
estado de la cristiandad:
«Después
de haber estado convertido por seis o siete años, aprendí por enseñanza divina
lo que dice el Señor en Juan 14: «En aquel día vosotros conoceréis ... [que
estáis] en mí, y yo en vosotros» —que yo era uno con Cristo delante de Dios—, y
encontré la paz, y nunca, aunque con muchos fallos, la he perdido desde aquel
entonces. La misma verdad me llevó fuera de la Iglesia Establecida. Vi que la
iglesia estaba compuesta de aquellos que estaban así unidos con Cristo. ... La
presencia del Espíritu de Dios, el prometido Consolador, había entonces llegado
a ser una profunda convicción de mi alma en base de las Escrituras. Esto pronto
fue de aplicación al ministerio. Me dije a mí mismo: Si Pablo viniera, no
podría predicar; no tiene cartas de orden; si el más acerbo oponente de su
doctrina viniera, y las tuviera, tendría derecho a predicar, en base del
sistema. No se trata de un hombre malo que pueda infiltrarse (esto puede
suceder en cualquier lugar): es el sistema en sí. El sistema está mal. Pone al
hombre en lugar de Dios. El verdadero ministerio es el don y poder del Espíritu
de Dios, no la designación humana. ... Creo yo que el «Concepto del Clérigo» es
el pecado contra el Espíritu Santo en esta dispensación. No quiero decir con
esto que alguien lo esté cometiendo voluntariosamente, sino que la cosa en sí
misma es así con respecto a esta dispensación, y tiene que resultar en su
destrucción. La sustitución de otra cosa en lugar del poder y de la presencia
de aquel Espíritu santo, bendito y bendiciente, es el pecado que caracteriza a
esta dispensación.»
Posteriormente,
muchos han sido llevados a emitir un juicio similar y, aceptando el carácter
autoritativo de la Palabra de Dios, se han separado de todo lo que no es
conforme a ella.
Este
procedimiento está notablemente establecido como un tipo en Éxodo 32 y 33. El
pueblo de Dios, en aquel tiempo, se había separado ya de aquello que se
correspondía con el mundo (Egipto), pero había caído en el pecado de idolatría
al adorar el becerro de oro. Dios mismo había sido desplazado en las mentes y
en los afectos de Su pueblo; Su ira había ardido contra ellos, y había hablado
a Moisés de consumirlos. Frente a todo esto, Moisés (un hermoso tipo de Cristo)
se puso en pie a la entrada del campamento, y llamó a todos los que estuvieran
del lado del Señor a que acudieran a su lado. Pero se precisaba de algo más que
el reconocimiento de la autoridad del Señor; porque el propósito del corazón se
había de traducir en un movimiento concreto, y Moisés procedió a levantar la
Tienda de Reunión fuera del campamento. La puerta quedaba abierta así para que
todo el que buscara a Jehová saliera a Él allí.
Toda
esta instrucción tipológica es transportada a nuestra dispensación, y queda muy
conmovedoramente vinculada con la muerte de Cristo, como se dice en Hebreos
13:12, 13: «Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su
propia sangre, padeció fuera de la puerta. Salgamos, pues, a él, fuera del
campamento, llevando su vituperio». ¿Podría acaso ninguna exhortación afectar
más a una conciencia sensible?
Así, el
primer paso tiene que ser tomado en relación con el Señor mismo. La separación
tiene que ser a Él y con la disposición a caminar, si es necesario, en
solitario. Pero la palabra en Timoteo sigue diciendo: «sigue la justicia, la
fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor» (2
Timoteo 2:22). Al entrar en un camino recto según los principios divinos, el
creyente es contemplado como encontrando de inmediato a otros que invocan al
Señor de puro corazón. Así pueden caminar juntos en los vínculos de una
comunión feliz y santa, y por cuanto este camino está claramente abierto a
todos los creyentes que estén dispuestos a reconocer la instrucción
escrituraria de 2 Timoteo, es posible y correcto decir que no se ha tomado
ningún terreno sectario. Es de gran importancia reconocer esto, porque el
establecimiento de una nueva secta o sistema sólo añadiría a la confusión y
negaría la verdadera unidad de la iglesia de Cristo. Los que caminan de esta
manera no pretenden ser «la» iglesia, sino que tratan de andar a su luz,
reconociendo que «el fundamento de Dios está firme» y que lo sigue estando, y
que todo lo que Pablo estableció de manera pública (y a lo que se refirió como
«mandamientos del Señor») sigue estando en existencia. Aunque en medio del
pueblo de Dios se han hallado el error y el fracaso, todos los principios
divinos que gobiernan la asamblea en lo externo y en lo interno pueden
funcionar hoy en día en la práctica a pesar del estado de debilidad.
Es por
la aceptación de un camino de separación de todo lo que no es consecuente con
la verdad de Dios, o de donde se estorba la libertad del Espíritu Santo, que
los cristianos de hoy pueden encontrar el camino divino de salida de toda la
admitida confusión y que pueden en consecuencia conocer el gozo de estar a
disposición del Señor Jesús y de tener parte en la alabanza y el culto de Dios
en la asamblea.
Se dan
hoy en día todas las indicaciones de que estamos en los días finales de la
cristiandad. La iglesia está muy cercana al final de su peregrinación aquí en
la tierra y está a punto de ser arrebatada para encontrarse con el Señor en el
aire. El santo privilegio de ministrar gozo a Su corazón en este que es aún el
tiempo de Su rechazamiento ya ha casi acabado. Los días de dar testimonio de un
Cristo rechazado en la tierra y de un Cristo exaltado en la gloria pronto
habrán acabado. La historia pública está a punto de consumarse y la cristiandad
profesante —como abominable para el Señor— está para ser escupida de su boca.
Que cada lector cristiano examine su corazón, su posición y sus asociaciones a
la luz de estos hechos solemnes, porque, ¿cuál debería ser la posición de los
que desean guardar la palabra del Señor y no negar Su nombre? Es para éstos que
se da la provisión de la gracia del Señor: «He aquí, he puesto delante de ti
una puerta abierta (Ap 3:8). Las instrucciones en la Escritura son claras y
explícitas; ¿tenemos nosotros el deseo y el valor de caminar de acuerdo con
ellas?