La
primera cruz es la cruz de madera del Calvario, donde Jesús sufrió
su muerte física. (Lucas 23,33-43). Es posible para todas las
personas recibir el perdón por nuestros pecados a través de la
muerte de Jesús en el Calvario.
Si
comenzamos en verdad a entender el verdadero mensaje de la Cruz del
Calvario estaríamos vislumbrando el gran misterio de la redención
de Dios al hombre.
El
cristianismo no será más un cúmulo de cosas por hacer sino que es
la maravillosa noticia celestial de lo que Cristo ha hecho por
nosotros.
El
mensaje de la cruz de Cristo es un mensaje bueno, agradable y
perfecto, y debe traer paz al corazón. Son las buenas nuevas de
salvación, y es la noticia más hermosa que el hombre jamás haya
recibido.
Una
vez que creemos en fe Dios paulatinamente y a Su tiempo comienza a
hacer una obra profunda y transformadora en nosotros. Esto no
sucede a gran velocidad, sino al paso y a la voluntad de nuestro Buen
Pastor.
La
sangre del Hijo de Dios es suficiente, su sacrificio está consumado
y la fe cristiana dejará de ser una religión forzada cargada de
religiosidad para convertirse en la noticia más agradable que haya
bajado del reino cielo.
Disfrutar
de esta noticia celestial y apropiarse de ella es la única manera de
mostrar al mundo que sabemos algo de lo que sucedió en la cruz del
Calvario, y fue por nosotros, los más viles pecadores de esta
tierra.
Rom
5:1 Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por
medio de nuestro Señor Jesucristo.
En
Colosenses 2,13-15, Pablo hace referencia al acta de decretos. Esta
fue la ley, dada a Moisés, la cual documentaba la voluntad de Dios
para con su pueblo, estableciendo los requisitos y las recompensas
para quienes guardaran la ley, así como el castigo para quienes no
lo hicieran. La conclusión es que la paga del pecado es la muerte,
(Romanos 6,23) de modo que los pecadores tenían una sentencia de
muerte – tanto una muerte física, como una muerte espiritual mucho
más seria, lo cual era una separación de Dios. Por causa que todos
habíamos pecado, todos estabamos bajo este juicio.
El
contrario utilizó esto para acusar a las personas, porque nadie
podía guardar toda la ley, especialmente el mandamiento «No
codiciarás» (Éxodo 20,17). La codicia, o lujuria, es oculta, y
la ley era impotente en controlarla, porque podía actuar frente al
pecado cuando sólo era manifiesto. (Romanos 8,3-4) satanás
utilizaba estas leyes, para acusar a las personas ante Dios y exigir
que le fueran entregados.
Se
estableció una disposición mediante la cual las personas podían
recibir perdón por medio del sacrificio de un animal sin mancha, y
la sangre del sacrificio se ofrecía como prueba de que la deuda
había sido pagada. Sin embargo, estos sacrificios no podían quitar
la raíz del pecado, los deseos o el pecado en la carne, y tenían
que ser repetidos año tras año. (Hebreos 10,3-4).
Jesucristo,
el Hijo de Dios, tomó sobre sí la misma carne y sangre que
nosotros, lo que significa que estuvo en la misma situación que toda
la humanidad, con el pecado en la carne que todos habían heredado de
la caída. Como ser humano, Jesús fue tentado a deseos y
pensamientos pecaminosos al igual que nosotros. Él fué creado de
semilla incorruptible.
Sin
embargo, la diferencia fundamental fue que aunque Jesús tenía
pecado (1 Juan 1,8; Romanos 7,18), nunca cedió a la tentación, y
por lo tanto, jamás cometió pecado. (Hebreos 4,15). Jesús nunca
infringió la ley, ni siquiera la ley que decía que no debemos
codiciar. Al contrario, al negar estos deseos y pasiones cada vez que
se manifestaban en su carne – negándose a aceptar estas
tentaciones – llevó a la muerte todo el pecado en la carne. Todo
el pecado en la naturaleza humana que Jesús tomó sobre sí mismo
cuando vino a la tierra, fue vencido y conquistado en su cuerpo
mortal. Jesús se ofreció a sí mismo, su propia voluntad, como un
sacrificio cada vez que era tentado, permitiendo que Dios condenara
el pecado en su carne. (Romanos 8,3-4).
Falsamente
acusado de herejía, fue crucificado como un criminal, a pesar que
era irreprensible. Esta muerte física fue en realidad el sacrificio
final, porque tomó sobre sí la culpa por los pecados de todo
el mundo, y pagó el precio – la muerte.
«Y
a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de
vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos
los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra
nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola
en la cruz,» Colosenses 2,13-14.
Ahora
satanás ya no tiene más derecho sobre los que creemos en Jesús. La
deuda por el pecado ha sido pagada. Él fue irreprensible, un
sacrificio sin mancha, y a través de Él nosotros, que somos todos
pecadores, podemos tener nuestros pecados perdonados. (1 Pedro 3:18).
Esto no es debido a ningún mérito propio, sino que somos salvos
solamente por gracia.
Había
ahora un hombre que había cumplido por completo el justo
requerimiento de la ley, demostrando que es posible para todas las
personas. (Romanos 8,1-4; Apocalipsis 12,10-11; Hechos 26,18). Debido
a que Jesús venció el pecado, la muerte no tuvo control sobre Él,
y se levantó de la tumba en la mañana de Pascua, habiendo tomado
las llaves del Hades y de la Muerte de satanás. (Hebreos 2,14-15;
Apocalipsis 1,18) El tiempo de satanás como acusador delante de Dios
ha terminado, pero todavía recorre la tierra con gran ira, buscando
a quien devorar. (1 Pedro 5,8) Él susurra mentiras y nos acusa de
los pecados de los cuales hemos sido perdonados (Apocalipsis
12,7-12), pero por causa que Jesús ha pagado la deuda del pecado,
aquellos que creemos en Él ahora podemos resistir al diablo y sus
mentiras, y Él huye de ellos. (Santiago 4,7).
A
través de la cruz del Calvario, los que antes eramos pecadores
tenemos ahora la gracia de comenzar con borrón y cuenta nueva, sobre
el camino nuevo y vivo que Jesús nos abrió para seguirlo. A través
de la sangre de Jesús, todos los pecados que hemos cometidos, y
hemos decidido no volver a hacer, han sido perdonados por Dios. Ahora
tenemos un camino de regreso a Dios por medio de Jesucristo. Ser
reconciliados con Dios no es el final de la vida cristiana, sino el
comienzo de una nueva vida.
Glosario
Pecado
en la carne: La naturaleza humana pecaminosa que todas las
personas han heredado desde la Caída. Esto significa que como seres
humanos somos tentados naturalmente por deseos y pensamientos
pecaminosos. A menudo también se le menciona como «el pecado
original» o «el pecado que mora en el interior.»
Tener
pecado: «Tener pecado» es lo mismo que tener «pecado en la carne»
(ver arriba). Juan dice que todos «tenemos pecado» (1 Juan 1,8), y
Pablo escribe que nada bueno habita en nuestra carne. (Romanos 7,18)
Tener pecado, sin embargo, es completamente diferente a cometer
pecado.
Cometer
pecado: Cometer pecado es hacer conscientemente algo que sabes
que va en contra de la voluntad de Dios y sus leyes. Es cuando eres
tentado a un pensamiento pecaminoso que viene por causa del pecado en
la carne, y estás de acuerdo con ese pensamiento y actúas sobre él,
sabiendo muy bien que no es agradable a Dios. (Santiago 1,14-15) Este
«acto» puede suceder en palabra, hecho o incluso en pensamientos.
Llevar
el pecado a la muerte: Llevar el pecado a la muerte es el acto de
negar los pensamientos o la inclinación al pecado que surge de la
carne y negarme a estar de acuerdo con él. Los deseos al pecado no
son solamente suprimidos, sino en realidad llevados a la muerte.
(Romanos 8,13; Colosenses 3,5)
Vencer
el pecado: «Victoria sobre el pecado» significa que no cometo
ningún pecado consciente – lo que sabes que sería pecado en el
momento que eres tentado. No significa que no tienes absolutamente
ningún pecado (ver «el pecado en la carne»), pero a medida que
continúas resistiendo cada tentación para no cometer pecado, Dios
revela más del pecado que todavía vive en tu carne, para que puedas
vencerlo en un grado más profundo. (Romanos 8,37, 1 Corintios 15,57,
Apocalipsis 2,7) ¡De este modo vives una vida victoriosa!
Jesús
mismo mató el pecado en la carne a medida que Dios se lo revelaba a
través de su Espíritu, y así venció completamente todo el pecado
en la carne. Este proceso también es llamado «la muerte de Jesús»
que Pablo menciona que siempre debemos llevar en el cuerpo. (2
Corintios 4,10) En otras palabras, también debemos llevar a cabo
este proceso en nuestra vida.
Aquellos
que estamos realmente cansados de nuestro propio pecado y tenemos un
anhelo verdadero de entrar en una vida nueva, somos llevados al
arrepentimiento por la bondad de Dios. (Romanos 2,4) « Así que,
arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados;
para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio…»
Hechos 3,19.
El
convertirse es una decisión libre y sincera que uno hace para
arrepentirse de los pecados pasados y alejarse del mundo – de vivir
en los placeres pasajeros del pecado, a vivir para Dios ciento por
ciento; no un poco para el mundo y un poco para Dios.
Por
la misericordia de Dios, recibimos el perdón de nuestros pecados a
través de la gracia, la cual no merecemos, y el fundamento para una
nueva vida ahora es establecido. (Hechos 3,19; Hechos 26,18)
Crucificar
al viejo hombre (Romanos 6,6; Efesios 4,17-24)
Para
llegar a una vida nueva, tenemos que sacrificar el viejo hombre –
nuestra vieja vida. (Efesios 2,2-3, Efesios 4,22-24) Nuestro viejo
hombre es nuestra mentalidad antes de la conversión, donde
permitíamos que el pecado gobernara en nuestras vidas, donde no
habíamos tomado una decisión consciente de resistir al pecado, sino
que en lugar de ello cedíamos a la tentación. Es claro que no hay
manera que podamos dejar de pecar si nuestro viejo hombre sigue
siendo activo en nuestras vidas. De otro modo necesitaremos perdón
por los mismos pecados que cometemos día a día. Creer que podemos
recibir victoria sobre el pecado sin sacrificar al viejo hombre es un
engaño. De lo contrario, es sólo una batalla para mantener una
buena apariencia en lo exterior. Si anhelamos un progreso espiritual
después de convertirnos, entonces tenemos que sacrificar o
crucificar a nuestro viejo hombre. (Romanos 6,6)
Crucificar
al viejo hombre es un acto de fe, una decisión que tomamos para
despojarnos de nuestra vieja mentalidad que voluntariamente cede al
pecado, y establecer al nuevo hombre – una nueva mentalidad y
determinación para resistir al pecado y vivir una vida crucificada
con Él. (Efesios 4,17-24) Nos consideramos a nosotros mismos muertos
al pecado – ya no servimos conscientemente al pecado, sino que
estamos vivos para Dios y su obra – nuestros cuerpos son al
contrario utilizados para servirle en obediencia. (Romanos 6,11-14)
Podemos tomar este decisivo compromiso de sacrificar a nuestro viejo
hombre y comenzar una nueva vida sin importar donde estemos – Es
una decisión que tomamos por fe.
Sacrificar
al viejo hombre no significa que no tenemos pecado en la carne y que
no seremos más tentados al ser atraídos y seducidos por nuestros
propios deseos. (Santiago 1,14-15) Significa, sin embargo, que ya no
vivo de acuerdo al pecado.
Esta
es la nueva mente. Nuestra nueva mente ya no sirve al pecado, sino
que al contrario declara un rotundo ¡No! cuando somos tentados. Esta
es una poderosa decisión de fe, la cual tiene lugar en nuestra
mente. El fruto del dominio propio
Crucificar
la carne con sus pasiones y deseos (Gálatas 5,24)
Con
esta nueva mente, nuestra carne con sus pasiones y deseos puede ser
crucificada con Cristo. (Gálatas 5,24) La carne es la parte de
nuestro cuerpo de pecado, de la cual somos conscientes. Naturalmente,
no podemos crucificar lo que no hemos reconocido como pecado hasta el
momento. Sin embargo, tan pronto recibimos luz que algo es pecado,
tenemos que crucificarlo – llevarlo a la muerte. (Colosenses 3,5)
Cuando estas pasiones y deseos surgen de nuestra carne, deben ser
crucificados – jamás permitirlos en nuestro corazón y mente – y
padecer hasta que mueran. Esto produce padecimientos en nuestra
carne, ya que nuestras pasiones y deseos pecaminosos que moran allí
no están siendo satisfechos. Estos deseos finalmente mueren cuando
son continuamente negados hasta llegar a la muerte.
Nuestra
mente, nuestra conciencia, que antes estaba en obras malignas ha sido
sometida a la voluntad de Dios por la fe. Debemos considerarnos a
nosotros mismos muertos al pecado, pero vivos para Dios. (Romanos
6,11). Cuando una persona continúa viviendo en pecado consciente, es
porque el viejo hombre todavía está vivo, y no tiene la mente para
resistir el pecado – son esclavos del pecado.
Por
lo tanto, sacrificar al viejo hombre abre la posibilidad de una vida
en victoria total sobre el pecado consciente hasta allí donde
tenemos luz – nuestros cuerpos ya no son más esclavos del pecado.
«Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos
conforme a la carne.» Romanos 8,12. Las inclinaciones malignas en
nuestra carne ya no gobernarán sobre nosotros.
Esta
cruz es para todos los que hemos pecado y tenemos hábitos
pecaminosos, pero que se han arrepentido y han decidido comenzar una
nueva vida.
Glosario
Conversión:
Ser convertidos es tomar la decisión de apartarse del pecado y de
las tinieblas, del poder del diablo al Dios vivo. Nos arrepentimos de
nuestros pecados pasados, desechamos nuestra vieja vida – una vida
que disfrutaba de vivir en los placeres pasajeros del pecado, y nos
apoderamos de una nueva mente – una mentalidad que está decidida a
resistir el pecado (decir «¡No!» en la tentación). También es
importante, después de la conversión, no volver al entorno que
tenía una influencia negativa sobre uno antes de la conversión, de
lo contrario las cosas pueden ir mal otra vez. (Hechos 3,19, Hechos
26,18, 1 Pedro 2,1-2).
El
viejo hombre: Nuestro viejo hombre es nuestra mentalidad donde no
hemos tomado una decisión consciente de resistir el pecado. Con esta
mentalidad, cuando somos tentados a pecar, conscientemente aceptamos
estas tentaciones en nuestra mente, permitiendo que estos
pensamientos se manifiesten en pensamientos, palabras y hechos
pecaminosos. (Romanos 6,1-6, Efesios 4,22-24, Colosenses 3,9-10).
El
nuevo hombre/Una nueva mente: El nuevo hombre es la nueva
mentalidad, la nueva determinación que hemos puesto después de
sacrificar al «viejo hombre». Es una decisión de luchar contra el
pecado, de decir «¡No!» cada vez que somos tentados a pecar, para
vivir en justicia y santidad. (Efesios 4,22-24)
El
pecado en la carne: La naturaleza humana pecaminosa que todas las
personas han heredado desde la Caída. Esto significa que como ser
humanos somos naturalmente tentados por deseos y pensamientos
pecaminosos, por el pecado original que mora en el interior.